Kit y Agatha permanecían
en la cocina de la planta baja. El joven se había empeñado en comenzar ya con
su entrenamiento, quería ser una ficha imprescindible en la batalla.
Soñaba con ser el Rey en
aquella partida de ajedrez, para poder salvar así a su Reina de cualquier
alfil, caballo o torre que se le acercará.
Permanecía centrado en
estos pensamientos que le ayudaban a superarse, cuando Agatha tan poco delicada
como lo había sido siempre, le golpeó fuertemente la cabeza con la palma de la
mano, dejándole el doble de atontado de lo que anteriormente lo había estado.
-
¡Agatha! Me has
hecho daño – gruñó.
-
¿Daño? Daño te
van a hacer en el castillo de Arsen si te empanas así en la batalla – Agatha
parecía tener siempre una respuesta para todas las réplicas del muchacho, cosa
que enfurecía a Kit.
-
Venga vamos,
sigamos intentando fortalecer mis barreras – dijo el aprendiz a monje, ahora
aprendiz a mago, intentando cambiar de tema y alejando los pensamientos
negativos de su cabeza – Arrójame algo un poco más duro– La anciana le había
estado enseñando como centrar más energía fuera de él y ahora se disponía a
lanzarle cosas pesadas, intentado imitar el peso que sentiría si una espada
colisionaba contra su barrera. Para esto Agatha había utilizado sartenes y
cacerolas de todos los tipos y pesos, sorprendiendo al muchacho de ojos
esmeraldas, ¿cómo aquella mujer aparentemente tan enfermiza podía levantar esos
instrumentos?
Esta pregunta permanecía
en su cabeza cuando una cacerola voló por los aires, acercándosele cada vez
más. Kit puso sus manos delante de su cuerpo, localizó la energía de su aura
blanquecina y la transportó hasta sus manos para luego expulsarla y parar el
instrumento de metal justo antes de que le golpeara.
-
¡Toma ya! – Gritó
eufórico dando saltitos sobre el duro suelo de la casa – ser monje al parecer
no era lo mío, ¿pero esto? ¡lo estoy calando! – por primera vez en su vida
sentía que estaba haciendo algo para lo que realmente había nacido, y su vida,
comenzaba a adquirir todo el significado que había faltado hasta ahora. Me
llamaré Kit el fantástico, pensó. Debería de ponerse alguna especie de mote fácil
de recordar si quería ser reconocido por sus increíbles acciones, en las que
salvaría a niños y ancianas como Agatha, mejor dicho, ancianas a secas, pues no
creía que Agatha tuviera nunca que ser salvada de nada. Estaba seguro de que
aquella vieja, sabía como escapar de todo tipo de enredos.
Inserto de nuevo en estos
pensamientos, no vio volar hacía él una pequeña sartén que iba directamente a
su cara, y que finalmente le golpeó.
-
Podías haberme
avisado – gimoteó mientras se acariciaba uno de sus mofletes, dolorido.
-
El enemigo nunca
avisa, y hoy yo soy tu enemigo – dijo la anciana sonriendo de forma picarona –
aunque preferiría ser otra clase de cosas cuando se trata de jóvenes apuesto –
rio descontroladamente, terminando su carcajada en una tos seca. Y haciendo que
Kit instintivamente se alejase de su nueva mentora, por miedo a que le
contagiase algo.
-
¿Apuestos? –
preguntó irónicamente Kit mientras rompía a reír – Yo soy de todo menos apuesto
– dijo desvalorizándose, tal y como siempre lo había hecho. Tal vez ese era su
gran problema, nunca se valoraba lo suficiente, siempre se creía peor en todo,
que aquellos que le rodeaban. Era por eso por lo que no había sido capaz de
aferrar con fuerza a Rena, intentar algo con ella. Tal vez esa era la causa de
su fracaso, y la consecuencia era el saber, que mientras él se encontraba en la
planta baja, practicando sus poderes con aquella anciana, Bastian, su odiado Bastian,
era el centro de atención de la semidiosa, que posiblemente permaneciera
acurrucada en su cama.
-
Eres más apuesto
de lo que crees – dijo Agatha tiernamente, acariciándole el rostro, como si
hubiera adivinado sus pensamientos y tratase de alejarlos de su mente – mírate
– dijo examinándole de arriba ha abajo – tienes unos ojos increíblemente
bonitos, tiernos, y dulces, tu rostro es anguloso, y tú en sí, eres un libro
abierto, con un corazón enorme- hizo una pausa mientras le sonreía
cariñosamente – no es difícil saber en qué piensas, saber que ella ocupa todos
tus pensamientos, también he visto como le miras a él. No le odies Kit, no le
des ese gusto – se alejó de él un instante, dejándole pensar en sus palabras
sin que nada le golpease el rostro.
Denis y Ali permanecían
mientras tanto en el callejón de la casa, que no era nada transitado. Habían
puesto una liana para que la joven pudiese practicar con su arco, y el
gladiador practicaba algunos movimientos con la espada no muy lejos de ella.
-
¿Sabes? – preguntó Ali mientras se giraba en
redondo con su arco, haciendo que este apuntase hacía el muchacho pelirrojo.
Este se sobresaltó al ver como el arma le apuntaba.
-
Tranquila, baja
el arma, te daré todo lo que tengo – dijo mientras ponía las manos en alto, haciendo
reír a la joven teirakense.
-
No seas estúpido
– espetó – no tienes nada que sea de mi interés.
-
Así que… ¿eres
una ladrona? – indagó Denis mientras cogía de nuevo su espada y se disponía a
moverla, con una mortal agilidad. Sus movimientos parecían casi parte de un
baile aterrador.
-
¿Cómo lo has
sabido? – preguntó la joven de ojos claros, sonriendo voluptuosamente.
-
Muy fácil – se
acercó en un movimiento casi fugaz, que Ali no pudo predecir, introduciendo una
de sus grandes manos en uno de los bolsillos del pantalón de la muchacha,
sacando de este algo brillante y plateado. Era un cuchillo, en concreto el
cuchillo de Kit, aparentemente nuevo y de planta, Rena se lo había comprado en
el mercado de Trebus, y Denis había visto al aprendiz mirándolo con cariño en
varias ocasiones, al igual que había visto aquella mañana curiosear a la
muchacha revolucionaria en su mochila, robándolo. Una vez lo tuvo en su mano se
alejó mostrándoselo – creo que esto no es tuyo – sentenció.
-
Muy astuto – dijo
girándose de nuevo hacía la liana y disparando contra ella una de sus flechas,
haciendo que esta quedase justamente en el centro, en un diminuto punto rojo.
Denis se acercó de nuevo hacía ella, haciendo que su cuerpo girase en redondo y
empotrándola contra la pared del callejón. Ali por un momento temió a aquel
enorme muchacho. Ella en comparación con él era un diminuto grano de arena.
Denis la amarró de los hombros haciéndola gritar.
-
¡SUELTAME GANDUL!
-
Te soltaré cuando
me digas que quieres de nosotros – Denis no la haría nada, era un trozo de pan,
pero debía de indagar y averiguar qué es lo que movía a aquella mujer. No
quería traidores en el grupo.
-
No quiero nada,
lo juro, me uní a vosotros desinteresadamente, mi único deseo es ver a Arsen
muerto, no tengo segundas intenciones – Denis la soltó alejándose de ella.
-
¿Entonces por qué
nos robas?
-
Joder, vale, lo
siento, cometí un error – las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos claros,
creando dos diminutas cascadas de agua salada – Supongo que fue mi instinto,
así era como nos manteníamos mi hermana y yo, si no lo hubiéramos hecho así,
ambas hubiéramos muerto de hambre… - un escalofrío pareció recorrer todo su
cuerpo y su rostro se tornó dolorido, como si le hubiesen abofeteado – aunque
finalmente lo único que hice es alargar nuestro sufrimiento, pues ella ya no
está aquí.
-
Lo siento – dijo
finalmente el gladiador, retirando una de sus flechas de la liana y
devolviéndosela – pero si de verdad quieres formar parte de nuestro grupo, será
mejor que actúes como una compañera, y no como una sabandija que roba.
-
No lo sientas, yo
soy la única culpable de mis errores – tras un silencio alzó la mirada de nuevo
al muchacho, suplicante - ¿Se lo comentarás a los demás?
-
No – concluyó el
joven que ahora permanecía apoyado en una de las paredes rugosas del callejón -
¿Sabes por qué? – la revolucionaria negó con la cabeza – Porque ahora eres
parte de nuestro grupo, y a pesar de que la verdad deba ir siempre por delante
entre amigos, yo protegeré tu secreto.
Ali se sintió conmovida,
aquel hombre tenía un corazón inmenso, era todo un compañero, y ella no quería
volver a defraudarle. Soltando su arco, se puso de puntillas, rodeando el
cuello del gladiador, para poder alzarse aún más y fundirse con él en un
abrazo. Sentía sus enormes brazos rodeándola, haciéndola sentir segura, su
respiración en su oreja le hacía pequeñas cosquillas, se sentía a gusto.
Realmente a gusto.
Pero entonces Denis la
alejó de él, bruscamente, sobresaltándola. Miraba hacía la entrada del
callejón, donde se comenzaban a escuchar voces nerviosas. El joven fue hacia la
allí y al llegar, palideció.
Una multitud de jóvenes se
acumulaban en una de las ventanas que daban a la cocina de Agatha, corriendo
las cortinas disimuladamente, y comentando, aparentemente frenéticos y
asustados. Una anciana se acercó también a la ventana, apartando a los
muchachos. Ponía cara de asco, como si hubiese visto algo realmente repugnante.
-
Maldita bruja –
dijo casi en medio de una arcada – ya no es solo que practique la brujería
dentro de nuestro precioso pueblo, sino que ahora encima recluta jóvenes y les
enseña a utilizar sus hechizos. Merece la muerte – sentenció. Otro hombre se
acercó a la ventana de la casa de Agatha, al oír las palabras de aquella
anciana de pelo negro.
-
No puedo creer lo
que ven mis ojos, ¡brujos! – exclamó.
Denis reaccionó y se
acercó también a la ventana, como si fuese uno más de esos mirones, pero no vio
nada repulsivo, solo a Agatha y a Kit entrenando para mejorar sus barreras. Más
bien le parecía algo bonito.
Pero la gente no lo veía
para nada bello, no después de la plaga de violentos magos negros que había habido
mientras reinaba su padre. Estos no eran ahora muy queridos, por miedo a que la
plaga se repitiera. De echo, eran odiados y repudiados de los pueblos, sobre
todo de aquellos donde había más dinero. Como Irsinia. Corrió las cortinas
violentamente, girándose hacía aquellos que habían estado mirando por la
ventana.
-
Aquí no hay nada
que ver – sentenció.
-
Y será mejor que
desaparezcan de mi vista – recomendó Ali mientras apuntaba hacía los mirones
con el arco, que inmediatamente se echaron a correr hacía sus casas. Una vez se
quedaron solos, el gladiador chocó la mano de su compañera mientras
desaparecían en la oscuridad del callejón. Para más tarde entrar en la pequeña
casa de Agatha y alertar de lo sucedido.
-
Estúpidos
teirakenses, ¡me ponen enferma! – exclamó la anciana entre toses, preguntándose
porque la gente era tan rencorosa – mas les vale no volverse ha acercar por
esta zona si no quieren acabar convertidos en sapos.
-
¿puedes hacer
eso?- preguntó curioso Kit que se encontraba sentado en una de las sillas del
salón, junto a sus demás compañeros, incluida Rena, que había dejado a Bastian
descansando solo en su cuarto, y había bajado para poder charlas con sus
compañeros. Ya era hora, pensó Kit, que había notado a la semidiosa distante
desde la aparición del caballero oscuro. No le quitaba los ojos de encima y eso
le cabreaba demasiado.
-
Claro que puedo,
y lo haría encantada, si eso no supusiese pudrir mi alma – El joven de ojos
esmeraldas la miró sorprendido, era increíble como aquella mujer, con un don
tan poderoso, evitaba utilizarlo por miedo a pudrirse por dentro al utilizar su
magia negra. Rechazar un don innato debía de ser difícil, pensó.
-
Por suerte Ali y
yo los hemos espantado, tendríais que haberles visto correr – comentó el
gladiador entre risas – por cierto Rena, ¿Bastian está mejor?
-
Eso creo, ha decidido
participar con nosotros en la batalla, es bueno con la espada, así que nos será
de gran ayuda – Rena no paraba de sonreír, como si el simple echo de hablar de
aquel muchacho ya la hiciese feliz. Un escalofrió recorrió el cuerpo de Kit.
-
Pero, está herido,
no podrá luchar como antes – indicó Ali.
-
Le subestimáis,
lo hará bien, estoy segura de ello – se silenció un instante para luego posar
sus ojos negros sobre Kit- pero por si las moscas, será mejor que le vigiles de
cerca Kit, por si necesita en algún momento una barrera, Denis y yo estaremos
al cien por cien, asi que posiblemente necesitemos menos tu ayuda que él – El
rostro del joven se ensombreció, como si una nube de tormenta hubiese pasado
justo por encima de su cabeza. Había pasado de ser el protector de Denis y
Rena, a ser el guardían de Bastian, el hombre que había robado el corazón de su
amor platónico. Las cosas no son como esperaba, pensó.
-
Como quieras.
-
Fantástico, me
encanta tenerte conmigo Kit – dijo expresando su amor hacía su amigo mientras
se inclinaba de su silla para besar el moflete de este, justo el que horas
antes había sido golpeado por la sartén de Agatha. Denis palideció, aquellas
inútiles esperanzas que le daba Rena, eran tan solo pequeñas chispas de fuego
que el joven intentaba utilizar para prender una hogera, una hogera en medio de
la nada, pues la leña la tenía otro.
Agatha
también calló en la cuenta, y cogiendo del brazo a su aprendiz, le guío hacía
la puerta de salida. Este pareció negarse a salir de la casa al principio. Tenía
la mirada perdida en la bonita sonrisa que Rena le dedicaba. Embobado.
-
Vamos, demos un
paseo, he de hablar contigo – indicó la anciana mientras conseguía sacar al
joven de la casa.
Fuera de ella estaba
anocheciendo, y la gente paseaba aún tranquila, aprovechando los últimos rayos
de luz, mientras encendían antorchas de madera, para no dejar a Irsinia en una
total oscuridad. Iban en dirección a la plaza, el lugar donde la anciana tenía
su puestecillo, que no debía de ser muy querido, al igual que ella.
Se sentaron en la fuente
de la plaza, mientras la anciana metía sus alargados y arrugados dedos en el
agua, haciendo que alrededor de ellos surgieran ondas.
-
¿Recuerdas la
charla que tuvimos durante el entrenamiento?– preguntó. Kit se limitó a asentir
con la cabeza sin mirarla a los ojos – Te dije que no odiases a Bastian, sigues
haciéndolo, cosa que ahora todos saben. Tenías que haber visto tu cara cuando
Rena dijo que le protegieras.
-
No lo odio, y en
el caso de hacerlo, es algo difícil de superar.
-
Por no hablar de
la cara de lelo que se te quedó cuando la semidiosa besó tu mejilla – comentó
Agatha.
-
¿Me has traído
aquí para reírte de lo tonto que soy o algo parecido?
-
No, desde luego
que no. Te he traído aquí para decirte que Rena está enamorada de Bastian, y no
hay nada que tú puedas hacer para cambiarlo – Kit sintió como si le hubiesen
dado un puñetazo en las entrañas.
-
Gracias, creo que
ahora me siento un poco mejor – dijo irónicamente.
-
No lo hago para
hacerte daño, lo hago para que te des cuenta de ello. Porque a pesar de
saberlo, parece que no quieres verlo…
-
Claro que no
quiero verlo- le interrumpió- ¡No puedo verlo! ¿sabes lo doloroso que es amar a
alguien y no ser correspondido?
-
Claro que lo sé –
contestó la anciana – yo misma estuve enamorada durante años de un hombre que jamás
me quiso como yo lo hacía. Se llamaba Ismael, era un mago, y por lo tanto
utilizaba la magia blanca, al contrario que yo, por lo que no estaba bien visto
que ambos nos viésemos. Una bruja con un mago, era algo impensable en aquella
época. Yo ilusa, le amaba con locura, nos veíamos a escondidas en el bosque
hablábamos de todo aquello de lo que se podía hablar, e incluso de lo que no se
podía.
Él
parecía admirarme, creía que era algo increíble que yo me resistiese a utilizar
mi magia por el echo de que esta fuese algo oscuro. Hubo un momento en aquellos
años en el que incluso pensé que podríamos tener algo, que yo sería suya y él
sería mío, pero me equivocaba, una noche en el bosque me dijo que era mejor que
nos dejásemos de ver.
<<
- ¿Por qué? Dame una explicación Ismael – le exigí.
El
muchacho de cabellos dorados se giró para mirarla con sus profundos ojos
pardos. Era realmente bello. Será mejor para ambos, contestó >>
Él creía que era mejor no seguir avivando mi
amor si no podía corresponderme, tal vez lo hacía para conservar su honor, pues
era hijo de un hombre adinerado, y no estaba bien que un muchacho como él se
viera con alguien como yo, o tal vez sencillamente no me amaba como yo lo hacía.
Yo me decanto por la segunda opción- concluyó Agatha - ¿Pero sabes qué? Mejor
para mí, pues más tarde conocí a mi marido, que los Dioses le guarden en su
gloria- susurró – me hizo feliz a rabiar durante 30 años, lo hubiera hecho
durante muchos más si yo hubiese alzado la mirada de los ojos de Ismael y
hubiera caído en aquel joven que me miraba a lo lejos en el campo, pues él era
agricultor. Pasaba por las tierras de su padre todos los días que quedaba con
Ismael, cruzándolas corriendo ante su perpleja miraba, que me sonreía en
silencio, hasta aquel día en el que Ismael me dejó. Pase de nuevo por sus
tierras como solía hacer casi todos los días, pero esta vez llorando. Él me
paró, me ofreció un vaso de agua, y cuando me quise dar cuenta le estaba
contando todo lo que había sucedido, como si nos conociésemos de toda la vida.
A veces solo hay que mirar a tu alrededor y darte cuenta de las cosas bonitas
que nos regala la vida y nos perdemos mientras malgastamos el tiempo, caminando
caminos que no conducen a nada.
-
Esa es una bonita
historia- comentó Kit, con una tímida sonrisa.
-
Tú también
podrías tener una si dejas de pensar todo el rato en la semidiosa y miras más
allá de ella – indicó la anciana tomando la barbilla del muchacho y alzando su
rostro hacía el frente, en concreto hacía una mujer de cabellos rojizos, y
rostro plagado de pecas, extrañamente hermosa que no paraba de sonreírle – Ves,
eso es lo que pasa cuando dejas a un lado tu obsesión por Rena– Kit devolvió la
sonrisa a la joven pecosa, pero no pudo evitar imaginar que aquella mujer que
le miraba era la semidiosa.
Una anciana de pelo negro
charlaba distraídamente con un hombre en la plaza, cuando vio a Agatha, la bruja
que horas antes había visto enseñando como ejercer la magia, y a su alumno. Con
cara de asco se giró de nuevo hacía el hombre que se encontraba con ella, para
indicarle donde se encontraban los dos supuestos brujos. Ha llegado la hora fue
todo lo que este contestó mientras se acercaba hacía la fuente y enganchaba a
la bruja del brazo balanceándola. Agatha parecía asustada y frágil en las manos
de aquel hombre de cabello oscuro.
Kit reaccionó a tiempo,
empujando al varón hacia atrás al ver a su amiga en peligro, pero este
rápidamente recuperó el equilibrio y le asentó un puñetazo en la cara, haciendo
que el joven de ojos esmeraldas callera de espaldas al suelo, golpeándose con
una piedra la cabeza, quedando inconsciente.
Cuando Kit abrió los ojos
se encontraba en una guillotina de madera, y su cabeza justo debajo de la
cuchilla que los Teirakense parecían querer ver caer sobre su cabeza. Junto a
él, Agatha, en otra guillotina. Al menos no estoy solo, pensó, pero luego
retiró sus palabras al darse cuenta que eran egoístas e insensibles.
Frente a él, un montón de
pueblerinos que con sus antorchas en alto gritaban una palabra ya poco
significativa para él, al mismo son, decían: muerte.
Todo el pueblo parecía
desear ver sus cabezas rodas y todo ¿por qué? Por ser diferentes al resto, por
no haber nacido igual que ellos. ¿Pero acaso Agatha o él tenían la culpa de ser
especiales?
No pudo evitar pensar lo
aburrida que sería Teirak si fueran todos iguales. Agatha giró la cabeza como
pudo dentro del orificio de la guillotina, para mirar al muchacho de ojos esmeraldas.
-
Lo siento Kit, lo
siento – musitó.
-
Esto no es culpa
tuya, es culpa de ellos – dijo mientras señalaba con el dedo a un hombre y una
mujer de cabellos oscuros que miraban complacidos la escena para luego,
terminar por señalar a todos aquellos que les apoyaban.
-
Todo tiene un por
qué en esta vida, su odio hacia los brujos nace de una muerte, la muerte de uno
de sus hijos en manos de uno de ellos.
-
Eso no justifica
lo que nos esta haciendo.
Agatha no contestó, tan
solo agachó la cabeza, cansada.
Rena miró inquieta un
antiguo reloj que se encontraba en la habitación donde dormían Bastian y ella.
Había pasado una hora desde que Kit y Agatha se habían ido a pasear, estaba
cayendo la noche y aún no habían vuelto.
-
Voy a salir a
buscarles – dijo mientras se ponía su túnica rojo oscuro.
-
No seas impaciente,
solo están paseando – dijo Bastian con mirada impasible. A él, lo que les
pasara o no a la vieja y al muchacho no le importaba, a excepción de que lo que
les estuviera pasando, causase dolor a la joven de ojos negros.
-
Algo me dice que
no es eso lo que hacen. Deberían haber vuelto ya – sentenció la semidiosa,
aparentemente tensa, saliendo rápidamente por la puerta de la habitación y
desapareciendo escalera abajo.
Al llegar a la planta baja
se encontró con los ojos de Denis y Ali, que parecían muy cariñosos uno con el
otro.
-
¿A dónde vas?-
preguntó el gladiador.
-
A buscar a Kit.
Los tres jóvenes cogieron
sus armas y desaparecieron del lugar en busca del joven de ojos esmeraldas y la
mujer de cabellos grises.
Llegaron a la plaza, una
plaza plagada de gente que no paraba de berrear la palabra muerte mientras que
una mujer de cabellos negros les echaba un sermón sobre como los brujos no
merecían la vida. Contando como estos le habían arrebatado a uno de sus hijos una
noche.
Los tres jóvenes miraban
anonadados de un lugar a otro, ¿Qué es lo que se suponía que estaba pasando?
Aquella mujer era la viva
imagen del rencor. Entonces Rena miró más allá de ella, y pudo apreciar a un
joven de cabellos castaños en una guillotina que se encontraba justamente
encima de un altar de madera. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo, era Kit.
Por una de las escaleras de dicho altar subía
un hombre, también de cabellos castaños, que parecía estar preparándose para
cortar las cuerdas que sujetaban la afilada cuchilla de la guillotina.
Aparentaba estar dispuesto a arrebatar las vidas de Kit y Agatha, deshaciéndose
de las sogas de las cuales dependían sus vidas.
La semidiosa se dispuso a
gritar de terror al pensar en la posibilidad de perder a su amigo, pero Denis y
Ali lo impidieron tapándola la boca.
Una vez pareció
tranquilizarse, y recuperar el control, se deshizo de las manos de sus
compañeros, desenvainando su espada y caminando torpemente entre el mogollón de
población que a duras penas le dejaba avanzar. Odiaba las aglomeraciones.
Tras ella iba Denis,
también con su arma desenvainada.
Mientras tanto el hombre
de cabellos oscuros se acercaba a la cuerda que mantenía con vida a Agatha,
sacando el cuchillo con el que la cortaría, pero justo cuando estaba a punto de
cometer el asesinato, una flecha atravesó el brazo con el que sostenía el
cuchillo, haciéndole caer de la plataforma, gritando de dolor. La flecha
provenía del arco de Ali, que ahora corría por una de las callejuelas del pueblo
con la intención de librarse de una pequeña parte de la población que la seguía
molesta por haber interrumpido la ejecución.
Una pequeña punzada de
angustia atravesó el corazón de Denis que miraba descompuesto la calle por la
que acababa de huir Ali, deseando que nada malo la pasase.
-
Ya podían
perseguir así a los caballeros oscuros – musitó, mientras continuaban
intentando avanzar entre la frenética población.
Bastian oyó como la puerta
de la calle se abría y se cerraba rápidamente, con un gran estruendo, parecido
al sonido que produce un trueno en medio de una tormenta eléctrica. También
escuchaba a gente gritando muy cerca de él.
Sobresaltado por la
posibilidad de que alguien hubiese entrado en la casa para robar, se levantó de
la cama colocándose su túnica, escondiendo su hombro herido bajo esta y
armándose hasta los dientes. Bajo las escaleras veloz, con espada en mano,
preparado para hacer frente al ladrón, pero en la casa solo estaba la joven
Ali, con sus cabellos rubios chorreando sudor, parecía a ver ido corriendo
hasta allí.
-
¿Qué ha pasado? –
preguntó, pero la joven no podía hablar, estaba demasiado cansada para ello.
Bastian pareció impacientarse – Rena, ¿Rena está bien?
-
Si, o al menos lo
estaba cuando yo la deje en la plaza – dijo la joven recuperando un poco de
aire para continuar, pero ya era demasiado tarde, Bastian, encapuchado, había
salido como una exhalación de la casa de Agatha en busca de la semidiosa.
La herida del hombre de
cabellos castaños había mantenido durante aquellos minutos distraída a la
población, que parecía ligeramente asustada. Sobre todo a su madre, la aparente
promotora de aquel circo, que permanecía curándole el brazo, mientras Rena y
Denis se acercaban cada vez más a la tarima, ya apenas les quedaban unos metros
para llegar. Atravesar la plaza era un infierno, parecía que toda Irsinia se
había acumulado en ella, y a duras penas se podía avanzar.
Iban lo suficientemente
lentos como para que a la mujer de cabellos negros le diese tiempo a terminar
de curar el brazo de su progenitor, subirse a la tarima y amarrar una de las
cuerdas, en concreto la cuerda de la guillotina de Agatha.
-
¡Esto va por ti!,
¡hijo! – exclamó apuntando con su dedo índice a los cielos, mientras cortaba la
soga que mantenía con vida a la anciana de cabellos grises. Haciendo que la
cuchilla cállese veloz como la luz de un rayo que aparece y desaparece raudo en
medio de la oscuridad de una tormenta sobre el cuello de Agatha, asesinándola,
llevándose su vida por delante. Y todo por venganza, una venganza atroz y bien
fría, que fue acompañada por varios gritos de desagrado y de horror, pues por
muy deseada que sea una muerte, verla con tus propios ojos no puede generar
otra cosa. Uno de los gritos salía de la boca de Rena, este iba acompañado de
lágrimas, mitad causa de la rabia, mitad causa del horror y la tristeza, de ver
como la mujer que les había dado todo lo que tenía, moría de una forma tan
desagradable. Nadie merece esto, pensó, nadie. Kit también había contemplado la
escena, tenía el rostro rojo y encharcado en lágrimas. Y el corazón le dio un
vuelco cuando la asesina de su mentora se acercó a él. Susurrándole unas
palabras al oído.
-
Púdrete en el
infierno, brujo – Yo ni siquiera soy un brujo, pensó inundado por la rabia. Él
era un mago, un mago blanco, y a pesar de ello su aura no era más brillante que
la de la difunta Agatha. Al recordar su pureza las lágrimas nacieron con más
fuerza.
-
Te veré allí –
exclamó el joven de llorosos ojos esmeraldas – pero tú ya vendrás podrida – El
rostro de la mujer se enrojeció violentamente, y seguidamente amarró con sus
manos la segunda soga, dispuesta a llevarse por delante otra vida, pero
entonces Rena y Denis subieron a la tarima.
La semidiosa disparó su
pierda diestra hacía el pecho de la mujer con tal fuerza, que está, salió proyectada
del lugar, cayendo al suelo de bruces. Rena no pudo evitar sentir una enorme
satisfacción al verla volar por los aires.
El cuello de Kit estaba
encarcelado entre dos tablas de gruesa y corroída madera, entre las cuales
había un candado de acero, que le mantenía aún más preso. Rena se quedó
observando el candando, preguntándose quien tendría la llave que abría aquel
trozo de metal, pensó en la mujer y el hijo de cabellos oscuros, pero estos ya
se habían levantado del suelo y habían partido a sus casas. Antes de que
pudiese preguntar a Denis si tenía alguna idea que les sacase de aquel aprieto,
este ya se disponía a pegar espadazos contra la cerradura, haciendo saltar
chispas a su alrededor.
Todo el pueblo les miraba
atónitos, preguntándose quienes eran, y que hacían allí, interrumpiendo aquella
esperada ejecución. Empezaron a murmurar, tal vez incluso tramando subir a la
tarima y atacarles con las antorchas por lo que acababan de hacer a sus dos líderes.
Bastian, escondido tras una columna de piedra de la plaza, escuchó estas
intenciones. Denis y Rena eran fuertes pero no lo suficiente como para
enfrentarse sin ninguna estrategia a medio pueblo de la enorme Irsinia. Se llevó
las manos al rostro, desesperado. Podía ver a Denis golpeando el candado como
una bestia y a Rena protegiendo con su túnica la cara de Kit, para evitar que
las chispas le quemasen, mientras pedía al gladiador que se tranquilizase. Aquello
era un desastre, y si no quería ver dañada a Rena debía intervenir, por muy
poco que le gustase, por mucho que quisiera pasar desapercibido, ahora su deber
era ese.
Bastian sabía que era
aquello que atormentaba las mentes de los ciudadanos de Teirak por las noches,
sabía quienes eran los monstruos que protagonizaban sus peores pesadillas, los
cuales les quitaban el sueño. Sabía perfectamente que era aquello que les hacía
temblar, correr de terror. Él era el monstruo de sus pesadillas, él era quien
les robaba el sueño por las noches, él y cualquier hombre camuflado bajo una
túnica negra, él y cualquier caballero oscuro.
Comenzó a pasar entre la
gente encapuchado, con cara de pocos amigos, mientras la población que hasta
ahora había tenido los ojos puestos en los dos revolucionarios de la tarima los
posaban ahora en el aterrador muchacho, alejándose de él atemorizados por lo
que les pudiera pasar.
-
Un caballero
oscuro nunca viene solo – decían entre gritos de terror. Aquello comenzaba a
parecerle incluso divertido a Bastian, que sonrío maléficamente a la población.
Las pieles de aquellos que habían captado su sonrisa se estremeció.
Una vez que el caballero
llegó a la tarima, sencillamente se limitó a mirarles fijamente, examinarles
uno a uno, viendo como poco a poco la gente iba saliendo de la plaza,
desapareciendo por las oscuras calles de Irsinia y escondiéndose en sus casas
por miedo a que el ejército de Arsen apareciese en cualquier momento y les
saquease a todos. Cuando la plaza quedó vacía, el caballero oscuro respiro
profundamente, satisfecho por su trabajo, ante la mirada incrédula de Rena y
Denis que seguían tratando de liberar a Kit.
-
Hay que ver lo
absurdo que es el miedo – señaló el joven de cabellos plateados mirando ahora
hacía la guillotina con su mirada glacial – No temen a dos revolucionarios
armados, e incluso se plantean plantarles cara, pero si me temen a mí, por el
simple hecho de llevar una túnica negra, porque eso significa que formo parte
de algo más grande. Significa que formo parte de Arsen. Y ellos le temen más
que a nada.
-
Una jugada muy
inteligente – comentó Denis parando de golpear el candado como el hombre bruto
que era – Ahora si eres tan amable podrías ayudarnos a liberar a Kit – concluyó
el gladiado agachándose para acariciar la frente de su amigo.
-
Como no, una vez
más, el monje se halla en problemas – Kit sintió una punzada de rabia que le
oprimió el estómago, él no tenía la culpa de haber sido encarcelado de aquella
manera.
-
No es momento
para ese tipo de comentarios – gritó furioso, seguía llorando, no había parado
desde que vio rodar la cabeza de Agatha por los suelos – Ni de eso ni de bromas
de mal gusto, acaso no te has dado cuenta – dijo señalando el charco de sangre
donde antes se había encontrado Agatha. Entonces el corazón le dio un vuelco,
el cuerpo de la anciana no se encontraba allí. Y poco a poco apreció como el
charco de sangre que acababa de señalar hace un momento desaparecía, evaporandose
violentamente, como si se tratase de agua. Bastian también había admirado la
escena, y permanecía con los ojos entre cerrados y una de las cejas enarcadas.
-
Brujería –
concluyó.
-
Exacto – Una voz
madura le hablaba cerca, muy cerca, Bastian giró su cuerpo en redondo, aun sin
perder su expresión de curiosidad, encontrándose con un rostro envejecido por
los años que llevaba a sus espaldas. La mujer les sonrió picara y Denis dio un
brincó.
-
No entiendo nada,
¿eres el fantasma de Agatha o algo así? ¿Vienes de otra dimensión para decirnos
que color nos favorece más? – Rena tampoco podía creer lo que estaba viendo.
Había imaginado que aquella mujer era poderosa, pero no tanto como para burlar
a la muerte de esa manera.
-
Si, también nos
aconsejara sobre nuestro corte de cabello – dijo irónicamente el caballero
oscuro poniendo sus ojos en blanco. Agatha se echó a reír como hacía siempre.
-
Ingenuos, una
cosa es que prefiera evitar la magia negra y otra es que sea tonta, porque eso
es lo que sería si no hubiera echo ese hechizo de sustitución que realice antes
de llegar a la guillotina.
-
Hechizo de… ¿Qué?
– preguntó Denis aun sin entender nada de lo que había pasado. Recordaba
perfectamente como la cuchilla de la guillotina caía sobre el cuello de Agatha
y sin embargo ahí estaba. Era algo difícil de asimilar.
-
Hechizo de
sustitución, trata de crear un tú formado por partículas de agua embrujadas,
estas partículas crean una perfecta ilusión, como habéis podido ver, incluso
creísteis ver mi sangre – Kit no podía creer lo que oía, permanecía en silencio
con los ojos como platos, parecía estar en sock.
-
Me alegro de que
estés aquí Agatha – dijo Rena dedicándola una dulce sonrisa – nosé que
hubiéramos hecho sin ti – Denis asintió con la cabeza también sonriente,
apoyando las palabras de su amiga, ahora que lo había entendido todo parecía
más relajado.
- Probablemente
nada – sentenció, ‘’humildemente’’ – Y Kit hubiese permanecido aquí hasta el
día del juicio final por la tarde, porque golpeando hierro contra acero poco
hacéis – la anciana se acercó silenciosa como una gacela al candado y con un
chasquido de dedos este se abrió, como si se tratase de un fiel esclavo – y
ahora vámonos, ya hemos pasado lo suficientemente desapercibidos por hoy
–comentó irónicamente mientras bajaba por las escaleras de la tarima hacía su
hogar, su dulce hogar, como si nada hubiese pasado, como si se tratase de una estatua
a la que el frío y el calor, ni afecta ni toca. Parecía una mujer tallada en
roca. Sencillamente invencible, pensó la semidiosa.