miércoles, 23 de julio de 2014

9. Prejuicios


Kit y Agatha permanecían en la cocina de la planta baja. El joven se había empeñado en comenzar ya con su entrenamiento, quería ser una ficha imprescindible en la batalla.

Soñaba con ser el Rey en aquella partida de ajedrez, para poder salvar así a su Reina de cualquier alfil, caballo o torre que se le acercará.

Permanecía centrado en estos pensamientos que le ayudaban a superarse, cuando Agatha tan poco delicada como lo había sido siempre, le golpeó fuertemente la cabeza con la palma de la mano, dejándole el doble de atontado de lo que anteriormente lo había estado.

-         ¡Agatha! Me has hecho daño – gruñó.

-         ¿Daño? Daño te van a hacer en el castillo de Arsen si te empanas así en la batalla – Agatha parecía tener siempre una respuesta para todas las réplicas del muchacho, cosa que enfurecía a Kit.

-         Venga vamos, sigamos intentando fortalecer mis barreras – dijo el aprendiz a monje, ahora aprendiz a mago, intentando cambiar de tema y alejando los pensamientos negativos de su cabeza – Arrójame algo un poco más duro– La anciana le había estado enseñando como centrar más energía fuera de él y ahora se disponía a lanzarle cosas pesadas, intentado imitar el peso que sentiría si una espada colisionaba contra su barrera. Para esto Agatha había utilizado sartenes y cacerolas de todos los tipos y pesos, sorprendiendo al muchacho de ojos esmeraldas, ¿cómo aquella mujer aparentemente tan enfermiza podía levantar esos instrumentos?

Esta pregunta permanecía en su cabeza cuando una cacerola voló por los aires, acercándosele cada vez más. Kit puso sus manos delante de su cuerpo, localizó la energía de su aura blanquecina y la transportó hasta sus manos para luego expulsarla y parar el instrumento de metal justo antes de que le golpeara.

-         ¡Toma ya! – Gritó eufórico dando saltitos sobre el duro suelo de la casa – ser monje al parecer no era lo mío, ¿pero esto? ¡lo estoy calando! – por primera vez en su vida sentía que estaba haciendo algo para lo que realmente había nacido, y su vida, comenzaba a adquirir todo el significado que había faltado hasta ahora. Me llamaré Kit el fantástico, pensó. Debería de ponerse alguna especie de mote fácil de recordar si quería ser reconocido por sus increíbles acciones, en las que salvaría a niños y ancianas como Agatha, mejor dicho, ancianas a secas, pues no creía que Agatha tuviera nunca que ser salvada de nada. Estaba seguro de que aquella vieja, sabía como escapar de todo tipo de enredos.

Inserto de nuevo en estos pensamientos, no vio volar hacía él una pequeña sartén que iba directamente a su cara, y que finalmente le golpeó.

-         Podías haberme avisado – gimoteó mientras se acariciaba uno de sus mofletes, dolorido.

-         El enemigo nunca avisa, y hoy yo soy tu enemigo – dijo la anciana sonriendo de forma picarona – aunque preferiría ser otra clase de cosas cuando se trata de jóvenes apuesto – rio descontroladamente, terminando su carcajada en una tos seca. Y haciendo que Kit instintivamente se alejase de su nueva mentora, por miedo a que le contagiase algo.

-         ¿Apuestos? – preguntó irónicamente Kit mientras rompía a reír – Yo soy de todo menos apuesto – dijo desvalorizándose, tal y como siempre lo había hecho. Tal vez ese era su gran problema, nunca se valoraba lo suficiente, siempre se creía peor en todo, que aquellos que le rodeaban. Era por eso por lo que no había sido capaz de aferrar con fuerza a Rena, intentar algo con ella. Tal vez esa era la causa de su fracaso, y la consecuencia era el saber, que mientras él se encontraba en la planta baja, practicando sus poderes con aquella anciana, Bastian, su odiado Bastian, era el centro de atención de la semidiosa, que posiblemente permaneciera acurrucada en su cama.

-         Eres más apuesto de lo que crees – dijo Agatha tiernamente, acariciándole el rostro, como si hubiera adivinado sus pensamientos y tratase de alejarlos de su mente – mírate – dijo examinándole de arriba ha abajo – tienes unos ojos increíblemente bonitos, tiernos, y dulces, tu rostro es anguloso, y tú en sí, eres un libro abierto, con un corazón enorme- hizo una pausa mientras le sonreía cariñosamente – no es difícil saber en qué piensas, saber que ella ocupa todos tus pensamientos, también he visto como le miras a él. No le odies Kit, no le des ese gusto – se alejó de él un instante, dejándole pensar en sus palabras sin que nada le golpease el rostro.

 

Denis y Ali permanecían mientras tanto en el callejón de la casa, que no era nada transitado. Habían puesto una liana para que la joven pudiese practicar con su arco, y el gladiador practicaba algunos movimientos con la espada no muy lejos de ella.

-          ¿Sabes? – preguntó Ali mientras se giraba en redondo con su arco, haciendo que este apuntase hacía el muchacho pelirrojo. Este se sobresaltó al ver como el arma le apuntaba.

-         Tranquila, baja el arma, te daré todo lo que tengo – dijo mientras ponía las manos en alto, haciendo reír a la joven teirakense.

-         No seas estúpido – espetó – no tienes nada que sea de mi interés.

-         Así que… ¿eres una ladrona? – indagó Denis mientras cogía de nuevo su espada y se disponía a moverla, con una mortal agilidad. Sus movimientos parecían casi parte de un baile aterrador.

-         ¿Cómo lo has sabido? – preguntó la joven de ojos claros, sonriendo voluptuosamente.

-         Muy fácil – se acercó en un movimiento casi fugaz, que Ali no pudo predecir, introduciendo una de sus grandes manos en uno de los bolsillos del pantalón de la muchacha, sacando de este algo brillante y plateado. Era un cuchillo, en concreto el cuchillo de Kit, aparentemente nuevo y de planta, Rena se lo había comprado en el mercado de Trebus, y Denis había visto al aprendiz mirándolo con cariño en varias ocasiones, al igual que había visto aquella mañana curiosear a la muchacha revolucionaria en su mochila, robándolo. Una vez lo tuvo en su mano se alejó mostrándoselo – creo que esto no es tuyo – sentenció.

-         Muy astuto – dijo girándose de nuevo hacía la liana y disparando contra ella una de sus flechas, haciendo que esta quedase justamente en el centro, en un diminuto punto rojo. Denis se acercó de nuevo hacía ella, haciendo que su cuerpo girase en redondo y empotrándola contra la pared del callejón. Ali por un momento temió a aquel enorme muchacho. Ella en comparación con él era un diminuto grano de arena. Denis la amarró de los hombros haciéndola gritar.

-         ¡SUELTAME GANDUL!

-         Te soltaré cuando me digas que quieres de nosotros – Denis no la haría nada, era un trozo de pan, pero debía de indagar y averiguar qué es lo que movía a aquella mujer. No quería traidores en el grupo.

-         No quiero nada, lo juro, me uní a vosotros desinteresadamente, mi único deseo es ver a Arsen muerto, no tengo segundas intenciones – Denis la soltó alejándose de ella.

-         ¿Entonces por qué nos robas?

-         Joder, vale, lo siento, cometí un error – las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos claros, creando dos diminutas cascadas de agua salada – Supongo que fue mi instinto, así era como nos manteníamos mi hermana y yo, si no lo hubiéramos hecho así, ambas hubiéramos muerto de hambre… - un escalofrío pareció recorrer todo su cuerpo y su rostro se tornó dolorido, como si le hubiesen abofeteado – aunque finalmente lo único que hice es alargar nuestro sufrimiento, pues ella ya no está aquí.

-         Lo siento – dijo finalmente el gladiador, retirando una de sus flechas de la liana y devolviéndosela – pero si de verdad quieres formar parte de nuestro grupo, será mejor que actúes como una compañera, y no como una sabandija que roba.

-         No lo sientas, yo soy la única culpable de mis errores – tras un silencio alzó la mirada de nuevo al muchacho, suplicante - ¿Se lo comentarás a los demás?

-         No – concluyó el joven que ahora permanecía apoyado en una de las paredes rugosas del callejón - ¿Sabes por qué? – la revolucionaria negó con la cabeza – Porque ahora eres parte de nuestro grupo, y a pesar de que la verdad deba ir siempre por delante entre amigos, yo protegeré tu secreto.

Ali se sintió conmovida, aquel hombre tenía un corazón inmenso, era todo un compañero, y ella no quería volver a defraudarle. Soltando su arco, se puso de puntillas, rodeando el cuello del gladiador, para poder alzarse aún más y fundirse con él en un abrazo. Sentía sus enormes brazos rodeándola, haciéndola sentir segura, su respiración en su oreja le hacía pequeñas cosquillas, se sentía a gusto. Realmente a gusto.

Pero entonces Denis la alejó de él, bruscamente, sobresaltándola. Miraba hacía la entrada del callejón, donde se comenzaban a escuchar voces nerviosas. El joven fue hacia la allí y al llegar, palideció.

Una multitud de jóvenes se acumulaban en una de las ventanas que daban a la cocina de Agatha, corriendo las cortinas disimuladamente, y comentando, aparentemente frenéticos y asustados. Una anciana se acercó también a la ventana, apartando a los muchachos. Ponía cara de asco, como si hubiese visto algo realmente repugnante.

-         Maldita bruja – dijo casi en medio de una arcada – ya no es solo que practique la brujería dentro de nuestro precioso pueblo, sino que ahora encima recluta jóvenes y les enseña a utilizar sus hechizos. Merece la muerte – sentenció. Otro hombre se acercó a la ventana de la casa de Agatha, al oír las palabras de aquella anciana de pelo negro.

-         No puedo creer lo que ven mis ojos, ¡brujos! – exclamó.

Denis reaccionó y se acercó también a la ventana, como si fuese uno más de esos mirones, pero no vio nada repulsivo, solo a Agatha y a Kit entrenando para mejorar sus barreras. Más bien le parecía algo bonito.

Pero la gente no lo veía para nada bello, no después de la plaga de violentos magos negros que había habido mientras reinaba su padre. Estos no eran ahora muy queridos, por miedo a que la plaga se repitiera. De echo, eran odiados y repudiados de los pueblos, sobre todo de aquellos donde había más dinero. Como Irsinia. Corrió las cortinas violentamente, girándose hacía aquellos que habían estado mirando por la ventana.

-         Aquí no hay nada que ver – sentenció.

-         Y será mejor que desaparezcan de mi vista – recomendó Ali mientras apuntaba hacía los mirones con el arco, que inmediatamente se echaron a correr hacía sus casas. Una vez se quedaron solos, el gladiador chocó la mano de su compañera mientras desaparecían en la oscuridad del callejón. Para más tarde entrar en la pequeña casa de Agatha y alertar de lo sucedido.

-         Estúpidos teirakenses, ¡me ponen enferma! – exclamó la anciana entre toses, preguntándose porque la gente era tan rencorosa – mas les vale no volverse ha acercar por esta zona si no quieren acabar convertidos en sapos.

-         ¿puedes hacer eso?- preguntó curioso Kit que se encontraba sentado en una de las sillas del salón, junto a sus demás compañeros, incluida Rena, que había dejado a Bastian descansando solo en su cuarto, y había bajado para poder charlas con sus compañeros. Ya era hora, pensó Kit, que había notado a la semidiosa distante desde la aparición del caballero oscuro. No le quitaba los ojos de encima y eso le cabreaba demasiado.

-         Claro que puedo, y lo haría encantada, si eso no supusiese pudrir mi alma – El joven de ojos esmeraldas la miró sorprendido, era increíble como aquella mujer, con un don tan poderoso, evitaba utilizarlo por miedo a pudrirse por dentro al utilizar su magia negra. Rechazar un don innato debía de ser difícil, pensó.

-         Por suerte Ali y yo los hemos espantado, tendríais que haberles visto correr – comentó el gladiador entre risas – por cierto Rena, ¿Bastian está mejor?

-         Eso creo, ha decidido participar con nosotros en la batalla, es bueno con la espada, así que nos será de gran ayuda – Rena no paraba de sonreír, como si el simple echo de hablar de aquel muchacho ya la hiciese feliz. Un escalofrió recorrió el cuerpo de Kit.

-         Pero, está herido, no podrá luchar como antes – indicó Ali.

-         Le subestimáis, lo hará bien, estoy segura de ello – se silenció un instante para luego posar sus ojos negros sobre Kit- pero por si las moscas, será mejor que le vigiles de cerca Kit, por si necesita en algún momento una barrera, Denis y yo estaremos al cien por cien, asi que posiblemente necesitemos menos tu ayuda que él – El rostro del joven se ensombreció, como si una nube de tormenta hubiese pasado justo por encima de su cabeza. Había pasado de ser el protector de Denis y Rena, a ser el guardían de Bastian, el hombre que había robado el corazón de su amor platónico. Las cosas no son como esperaba, pensó.

-         Como quieras.

-         Fantástico, me encanta tenerte conmigo Kit – dijo expresando su amor hacía su amigo mientras se inclinaba de su silla para besar el moflete de este, justo el que horas antes había sido golpeado por la sartén de Agatha. Denis palideció, aquellas inútiles esperanzas que le daba Rena, eran tan solo pequeñas chispas de fuego que el joven intentaba utilizar para prender una hogera, una hogera en medio de la nada, pues la leña la tenía otro.

Agatha también calló en la cuenta, y cogiendo del brazo a su aprendiz, le guío hacía la puerta de salida. Este pareció negarse a salir de la casa al principio. Tenía la mirada perdida en la bonita sonrisa que Rena le dedicaba. Embobado.

-         Vamos, demos un paseo, he de hablar contigo – indicó la anciana mientras conseguía sacar al joven de la casa.

Fuera de ella estaba anocheciendo, y la gente paseaba aún tranquila, aprovechando los últimos rayos de luz, mientras encendían antorchas de madera, para no dejar a Irsinia en una total oscuridad. Iban en dirección a la plaza, el lugar donde la anciana tenía su puestecillo, que no debía de ser muy querido, al igual que ella.

Se sentaron en la fuente de la plaza, mientras la anciana metía sus alargados y arrugados dedos en el agua, haciendo que alrededor de ellos surgieran ondas.

-         ¿Recuerdas la charla que tuvimos durante el entrenamiento?– preguntó. Kit se limitó a asentir con la cabeza sin mirarla a los ojos – Te dije que no odiases a Bastian, sigues haciéndolo, cosa que ahora todos saben. Tenías que haber visto tu cara cuando Rena dijo que le protegieras.

-         No lo odio, y en el caso de hacerlo, es algo difícil de superar.

-         Por no hablar de la cara de lelo que se te quedó cuando la semidiosa besó tu mejilla – comentó Agatha.

-         ¿Me has traído aquí para reírte de lo tonto que soy o algo parecido?

-         No, desde luego que no. Te he traído aquí para decirte que Rena está enamorada de Bastian, y no hay nada que tú puedas hacer para cambiarlo – Kit sintió como si le hubiesen dado un puñetazo en las entrañas.

-         Gracias, creo que ahora me siento un poco mejor – dijo irónicamente.

-         No lo hago para hacerte daño, lo hago para que te des cuenta de ello. Porque a pesar de saberlo, parece que no quieres verlo…

-         Claro que no quiero verlo- le interrumpió- ¡No puedo verlo! ¿sabes lo doloroso que es amar a alguien y no ser correspondido?

-         Claro que lo sé – contestó la anciana – yo misma estuve enamorada durante años de un hombre que jamás me quiso como yo lo hacía. Se llamaba Ismael, era un mago, y por lo tanto utilizaba la magia blanca, al contrario que yo, por lo que no estaba bien visto que ambos nos viésemos. Una bruja con un mago, era algo impensable en aquella época. Yo ilusa, le amaba con locura, nos veíamos a escondidas en el bosque hablábamos de todo aquello de lo que se podía hablar, e incluso de lo que no se podía.

Él parecía admirarme, creía que era algo increíble que yo me resistiese a utilizar mi magia por el echo de que esta fuese algo oscuro. Hubo un momento en aquellos años en el que incluso pensé que podríamos tener algo, que yo sería suya y él sería mío, pero me equivocaba, una noche en el bosque me dijo que era mejor que nos dejásemos de ver.

<< - ¿Por qué? Dame una explicación Ismael – le exigí.

El muchacho de cabellos dorados se giró para mirarla con sus profundos ojos pardos. Era realmente bello. Será mejor para ambos, contestó >>

 Él creía que era mejor no seguir avivando mi amor si no podía corresponderme, tal vez lo hacía para conservar su honor, pues era hijo de un hombre adinerado, y no estaba bien que un muchacho como él se viera con alguien como yo, o tal vez sencillamente no me amaba como yo lo hacía. Yo me decanto por la segunda opción- concluyó Agatha - ¿Pero sabes qué? Mejor para mí, pues más tarde conocí a mi marido, que los Dioses le guarden en su gloria- susurró – me hizo feliz a rabiar durante 30 años, lo hubiera hecho durante muchos más si yo hubiese alzado la mirada de los ojos de Ismael y hubiera caído en aquel joven que me miraba a lo lejos en el campo, pues él era agricultor. Pasaba por las tierras de su padre todos los días que quedaba con Ismael, cruzándolas corriendo ante su perpleja miraba, que me sonreía en silencio, hasta aquel día en el que Ismael me dejó. Pase de nuevo por sus tierras como solía hacer casi todos los días, pero esta vez llorando. Él me paró, me ofreció un vaso de agua, y cuando me quise dar cuenta le estaba contando todo lo que había sucedido, como si nos conociésemos de toda la vida. A veces solo hay que mirar a tu alrededor y darte cuenta de las cosas bonitas que nos regala la vida y nos perdemos mientras malgastamos el tiempo, caminando caminos que no conducen a nada.

-         Esa es una bonita historia- comentó Kit, con una tímida sonrisa.

-         Tú también podrías tener una si dejas de pensar todo el rato en la semidiosa y miras más allá de ella – indicó la anciana tomando la barbilla del muchacho y alzando su rostro hacía el frente, en concreto hacía una mujer de cabellos rojizos, y rostro plagado de pecas, extrañamente hermosa que no paraba de sonreírle – Ves, eso es lo que pasa cuando dejas a un lado tu obsesión por Rena– Kit devolvió la sonrisa a la joven pecosa, pero no pudo evitar imaginar que aquella mujer que le miraba era la semidiosa.

 

Una anciana de pelo negro charlaba distraídamente con un hombre en la plaza, cuando vio a Agatha, la bruja que horas antes había visto enseñando como ejercer la magia, y a su alumno. Con cara de asco se giró de nuevo hacía el hombre que se encontraba con ella, para indicarle donde se encontraban los dos supuestos brujos. Ha llegado la hora fue todo lo que este contestó mientras se acercaba hacía la fuente y enganchaba a la bruja del brazo balanceándola. Agatha parecía asustada y frágil en las manos de aquel hombre de cabello oscuro.

Kit reaccionó a tiempo, empujando al varón hacia atrás al ver a su amiga en peligro, pero este rápidamente recuperó el equilibrio y le asentó un puñetazo en la cara, haciendo que el joven de ojos esmeraldas callera de espaldas al suelo, golpeándose con una piedra la cabeza, quedando inconsciente.

 

Cuando Kit abrió los ojos se encontraba en una guillotina de madera, y su cabeza justo debajo de la cuchilla que los Teirakense parecían querer ver caer sobre su cabeza. Junto a él, Agatha, en otra guillotina. Al menos no estoy solo, pensó, pero luego retiró sus palabras al darse cuenta que eran egoístas e insensibles.

Frente a él, un montón de pueblerinos que con sus antorchas en alto gritaban una palabra ya poco significativa para él, al mismo son, decían: muerte.

Todo el pueblo parecía desear ver sus cabezas rodas y todo ¿por qué? Por ser diferentes al resto, por no haber nacido igual que ellos. ¿Pero acaso Agatha o él tenían la culpa de ser especiales?

No pudo evitar pensar lo aburrida que sería Teirak si fueran todos iguales. Agatha giró la cabeza como pudo dentro del orificio de la guillotina, para mirar al muchacho de ojos esmeraldas.

-         Lo siento Kit, lo siento – musitó.

-         Esto no es culpa tuya, es culpa de ellos – dijo mientras señalaba con el dedo a un hombre y una mujer de cabellos oscuros que miraban complacidos la escena para luego, terminar por señalar a todos aquellos que les apoyaban.

-         Todo tiene un por qué en esta vida, su odio hacia los brujos nace de una muerte, la muerte de uno de sus hijos en manos de uno de ellos.

-         Eso no justifica lo que nos esta haciendo.

Agatha no contestó, tan solo agachó la cabeza, cansada.

 

Rena miró inquieta un antiguo reloj que se encontraba en la habitación donde dormían Bastian y ella. Había pasado una hora desde que Kit y Agatha se habían ido a pasear, estaba cayendo la noche y aún no habían vuelto.

-         Voy a salir a buscarles – dijo mientras se ponía su túnica rojo oscuro.

-         No seas impaciente, solo están paseando – dijo Bastian con mirada impasible. A él, lo que les pasara o no a la vieja y al muchacho no le importaba, a excepción de que lo que les estuviera pasando, causase dolor a la joven de ojos negros.

-         Algo me dice que no es eso lo que hacen. Deberían haber vuelto ya – sentenció la semidiosa, aparentemente tensa, saliendo rápidamente por la puerta de la habitación y desapareciendo escalera abajo.

Al llegar a la planta baja se encontró con los ojos de Denis y Ali, que parecían muy cariñosos uno con el otro.

-         ¿A dónde vas?- preguntó el gladiador.

-         A buscar a Kit.

Los tres jóvenes cogieron sus armas y desaparecieron del lugar en busca del joven de ojos esmeraldas y la mujer de cabellos grises.

 

Llegaron a la plaza, una plaza plagada de gente que no paraba de berrear la palabra muerte mientras que una mujer de cabellos negros les echaba un sermón sobre como los brujos no merecían la vida. Contando como estos le habían arrebatado a uno de sus hijos una noche.

Los tres jóvenes miraban anonadados de un lugar a otro, ¿Qué es lo que se suponía que estaba pasando?

Aquella mujer era la viva imagen del rencor. Entonces Rena miró más allá de ella, y pudo apreciar a un joven de cabellos castaños en una guillotina que se encontraba justamente encima de un altar de madera. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo, era Kit.

 Por una de las escaleras de dicho altar subía un hombre, también de cabellos castaños, que parecía estar preparándose para cortar las cuerdas que sujetaban la afilada cuchilla de la guillotina. Aparentaba estar dispuesto a arrebatar las vidas de Kit y Agatha, deshaciéndose de las sogas de las cuales dependían sus vidas.

La semidiosa se dispuso a gritar de terror al pensar en la posibilidad de perder a su amigo, pero Denis y Ali lo impidieron tapándola la boca.

Una vez pareció tranquilizarse, y recuperar el control, se deshizo de las manos de sus compañeros, desenvainando su espada y caminando torpemente entre el mogollón de población que a duras penas le dejaba avanzar. Odiaba las aglomeraciones.

Tras ella iba Denis, también con su arma desenvainada.

Mientras tanto el hombre de cabellos oscuros se acercaba a la cuerda que mantenía con vida a Agatha, sacando el cuchillo con el que la cortaría, pero justo cuando estaba a punto de cometer el asesinato, una flecha atravesó el brazo con el que sostenía el cuchillo, haciéndole caer de la plataforma, gritando de dolor. La flecha provenía del arco de Ali, que ahora corría por una de las callejuelas del pueblo con la intención de librarse de una pequeña parte de la población que la seguía molesta por haber interrumpido la ejecución.

Una pequeña punzada de angustia atravesó el corazón de Denis que miraba descompuesto la calle por la que acababa de huir Ali, deseando que nada malo la pasase.

-         Ya podían perseguir así a los caballeros oscuros – musitó, mientras continuaban intentando avanzar entre la frenética población.

 

Bastian oyó como la puerta de la calle se abría y se cerraba rápidamente, con un gran estruendo, parecido al sonido que produce un trueno en medio de una tormenta eléctrica. También escuchaba a gente gritando muy cerca de él.

Sobresaltado por la posibilidad de que alguien hubiese entrado en la casa para robar, se levantó de la cama colocándose su túnica, escondiendo su hombro herido bajo esta y armándose hasta los dientes. Bajo las escaleras veloz, con espada en mano, preparado para hacer frente al ladrón, pero en la casa solo estaba la joven Ali, con sus cabellos rubios chorreando sudor, parecía a ver ido corriendo hasta allí.

-         ¿Qué ha pasado? – preguntó, pero la joven no podía hablar, estaba demasiado cansada para ello. Bastian pareció impacientarse – Rena, ¿Rena está bien?

-         Si, o al menos lo estaba cuando yo la deje en la plaza – dijo la joven recuperando un poco de aire para continuar, pero ya era demasiado tarde, Bastian, encapuchado, había salido como una exhalación de la casa de Agatha en busca de la semidiosa.

 

La herida del hombre de cabellos castaños había mantenido durante aquellos minutos distraída a la población, que parecía ligeramente asustada. Sobre todo a su madre, la aparente promotora de aquel circo, que permanecía curándole el brazo, mientras Rena y Denis se acercaban cada vez más a la tarima, ya apenas les quedaban unos metros para llegar. Atravesar la plaza era un infierno, parecía que toda Irsinia se había acumulado en ella, y a duras penas se podía avanzar.

Iban lo suficientemente lentos como para que a la mujer de cabellos negros le diese tiempo a terminar de curar el brazo de su progenitor, subirse a la tarima y amarrar una de las cuerdas, en concreto la cuerda de la guillotina de Agatha.

-         ¡Esto va por ti!, ¡hijo! – exclamó apuntando con su dedo índice a los cielos, mientras cortaba la soga que mantenía con vida a la anciana de cabellos grises. Haciendo que la cuchilla cállese veloz como la luz de un rayo que aparece y desaparece raudo en medio de la oscuridad de una tormenta sobre el cuello de Agatha, asesinándola, llevándose su vida por delante. Y todo por venganza, una venganza atroz y bien fría, que fue acompañada por varios gritos de desagrado y de horror, pues por muy deseada que sea una muerte, verla con tus propios ojos no puede generar otra cosa. Uno de los gritos salía de la boca de Rena, este iba acompañado de lágrimas, mitad causa de la rabia, mitad causa del horror y la tristeza, de ver como la mujer que les había dado todo lo que tenía, moría de una forma tan desagradable. Nadie merece esto, pensó, nadie. Kit también había contemplado la escena, tenía el rostro rojo y encharcado en lágrimas. Y el corazón le dio un vuelco cuando la asesina de su mentora se acercó a él. Susurrándole unas palabras al oído.

-         Púdrete en el infierno, brujo – Yo ni siquiera soy un brujo, pensó inundado por la rabia. Él era un mago, un mago blanco, y a pesar de ello su aura no era más brillante que la de la difunta Agatha. Al recordar su pureza las lágrimas nacieron con más fuerza.

-         Te veré allí – exclamó el joven de llorosos ojos esmeraldas – pero tú ya vendrás podrida – El rostro de la mujer se enrojeció violentamente, y seguidamente amarró con sus manos la segunda soga, dispuesta a llevarse por delante otra vida, pero entonces Rena y Denis subieron a la tarima.

 

La semidiosa disparó su pierda diestra hacía el pecho de la mujer con tal fuerza, que está, salió proyectada del lugar, cayendo al suelo de bruces. Rena no pudo evitar sentir una enorme satisfacción al verla volar por los aires.

El cuello de Kit estaba encarcelado entre dos tablas de gruesa y corroída madera, entre las cuales había un candado de acero, que le mantenía aún más preso. Rena se quedó observando el candando, preguntándose quien tendría la llave que abría aquel trozo de metal, pensó en la mujer y el hijo de cabellos oscuros, pero estos ya se habían levantado del suelo y habían partido a sus casas. Antes de que pudiese preguntar a Denis si tenía alguna idea que les sacase de aquel aprieto, este ya se disponía a pegar espadazos contra la cerradura, haciendo saltar chispas a su alrededor.

Todo el pueblo les miraba atónitos, preguntándose quienes eran, y que hacían allí, interrumpiendo aquella esperada ejecución. Empezaron a murmurar, tal vez incluso tramando subir a la tarima y atacarles con las antorchas por lo que acababan de hacer a sus dos líderes. Bastian, escondido tras una columna de piedra de la plaza, escuchó estas intenciones. Denis y Rena eran fuertes pero no lo suficiente como para enfrentarse sin ninguna estrategia a medio pueblo de la enorme Irsinia. Se llevó las manos al rostro, desesperado. Podía ver a Denis golpeando el candado como una bestia y a Rena protegiendo con su túnica la cara de Kit, para evitar que las chispas le quemasen, mientras pedía al gladiador que se tranquilizase. Aquello era un desastre, y si no quería ver dañada a Rena debía intervenir, por muy poco que le gustase, por mucho que quisiera pasar desapercibido, ahora su deber era ese.

 

Bastian sabía que era aquello que atormentaba las mentes de los ciudadanos de Teirak por las noches, sabía quienes eran los monstruos que protagonizaban sus peores pesadillas, los cuales les quitaban el sueño. Sabía perfectamente que era aquello que les hacía temblar, correr de terror. Él era el monstruo de sus pesadillas, él era quien les robaba el sueño por las noches, él y cualquier hombre camuflado bajo una túnica negra, él y cualquier caballero oscuro.

Comenzó a pasar entre la gente encapuchado, con cara de pocos amigos, mientras la población que hasta ahora había tenido los ojos puestos en los dos revolucionarios de la tarima los posaban ahora en el aterrador muchacho, alejándose de él atemorizados por lo que les pudiera pasar.

-         Un caballero oscuro nunca viene solo – decían entre gritos de terror. Aquello comenzaba a parecerle incluso divertido a Bastian, que sonrío maléficamente a la población. Las pieles de aquellos que habían captado su sonrisa se estremeció.

Una vez que el caballero llegó a la tarima, sencillamente se limitó a mirarles fijamente, examinarles uno a uno, viendo como poco a poco la gente iba saliendo de la plaza, desapareciendo por las oscuras calles de Irsinia y escondiéndose en sus casas por miedo a que el ejército de Arsen apareciese en cualquier momento y les saquease a todos. Cuando la plaza quedó vacía, el caballero oscuro respiro profundamente, satisfecho por su trabajo, ante la mirada incrédula de Rena y Denis que seguían tratando de liberar a Kit.

-         Hay que ver lo absurdo que es el miedo – señaló el joven de cabellos plateados mirando ahora hacía la guillotina con su mirada glacial – No temen a dos revolucionarios armados, e incluso se plantean plantarles cara, pero si me temen a mí, por el simple hecho de llevar una túnica negra, porque eso significa que formo parte de algo más grande. Significa que formo parte de Arsen. Y ellos le temen más que a nada.

-         Una jugada muy inteligente – comentó Denis parando de golpear el candado como el hombre bruto que era – Ahora si eres tan amable podrías ayudarnos a liberar a Kit – concluyó el gladiado agachándose para acariciar la frente de su amigo.

-         Como no, una vez más, el monje se halla en problemas – Kit sintió una punzada de rabia que le oprimió el estómago, él no tenía la culpa de haber sido encarcelado de aquella manera.

-         No es momento para ese tipo de comentarios – gritó furioso, seguía llorando, no había parado desde que vio rodar la cabeza de Agatha por los suelos – Ni de eso ni de bromas de mal gusto, acaso no te has dado cuenta – dijo señalando el charco de sangre donde antes se había encontrado Agatha. Entonces el corazón le dio un vuelco, el cuerpo de la anciana no se encontraba allí. Y poco a poco apreció como el charco de sangre que acababa de señalar hace un momento desaparecía, evaporandose violentamente, como si se tratase de agua. Bastian también había admirado la escena, y permanecía con los ojos entre cerrados y una de las cejas enarcadas.

-         Brujería – concluyó.

-         Exacto – Una voz madura le hablaba cerca, muy cerca, Bastian giró su cuerpo en redondo, aun sin perder su expresión de curiosidad, encontrándose con un rostro envejecido por los años que llevaba a sus espaldas. La mujer les sonrió picara y Denis dio un brincó.

-         No entiendo nada, ¿eres el fantasma de Agatha o algo así? ¿Vienes de otra dimensión para decirnos que color nos favorece más? – Rena tampoco podía creer lo que estaba viendo. Había imaginado que aquella mujer era poderosa, pero no tanto como para burlar a la muerte de esa manera.

-         Si, también nos aconsejara sobre nuestro corte de cabello – dijo irónicamente el caballero oscuro poniendo sus ojos en blanco. Agatha se echó a reír como hacía siempre.

-         Ingenuos, una cosa es que prefiera evitar la magia negra y otra es que sea tonta, porque eso es lo que sería si no hubiera echo ese hechizo de sustitución que realice antes de llegar a la guillotina.

-         Hechizo de… ¿Qué? – preguntó Denis aun sin entender nada de lo que había pasado. Recordaba perfectamente como la cuchilla de la guillotina caía sobre el cuello de Agatha y sin embargo ahí estaba. Era algo difícil de asimilar.

-         Hechizo de sustitución, trata de crear un tú formado por partículas de agua embrujadas, estas partículas crean una perfecta ilusión, como habéis podido ver, incluso creísteis ver mi sangre – Kit no podía creer lo que oía, permanecía en silencio con los ojos como platos, parecía estar en sock.

-         Me alegro de que estés aquí Agatha – dijo Rena dedicándola una dulce sonrisa – nosé que hubiéramos hecho sin ti – Denis asintió con la cabeza también sonriente, apoyando las palabras de su amiga, ahora que lo había entendido todo parecía más relajado.
      -    Probablemente nada – sentenció, ‘’humildemente’’ – Y Kit hubiese permanecido aquí hasta el día del juicio final por la tarde, porque golpeando hierro contra acero poco hacéis – la anciana se acercó silenciosa como una gacela al candado y con un chasquido de dedos este se abrió, como si se tratase de un fiel esclavo – y ahora vámonos, ya hemos pasado lo suficientemente desapercibidos por hoy –comentó irónicamente mientras bajaba por las escaleras de la tarima hacía su hogar, su dulce hogar, como si nada hubiese pasado, como si se tratase de una estatua a la que el frío y el calor, ni afecta ni toca. Parecía una mujer tallada en roca. Sencillamente invencible, pensó la semidiosa.