domingo, 8 de junio de 2014

2. Poca luz para tanta oscuridad.

Un cuerpo se encontraba aparentemente inerte en un bosque cercano al templo.

Un cuerpo delicado y a la vez explosivo de arriesgadas curvas, que se encontraba desnudo sobre la vegetación. Su rostro aparentemente perfecto. Tenía el pelo negro como la noche, los ojos del mismo color grandes y rodeados por unas gruesas pestañas que afilaban su mirada como si la de una gata se tratase, una mirada seductora sin duda. Lo que más destacaba en medio de tanta belleza eran sus carnosos labios de un color rojo Bermellón impropio de este mundo, sobre todo conociendo que ese color tan osado era su tono natural, su piel blanca apenas bronceada por el sol, transmitía pureza, sin lugar a dudas.

Sentía la lluvia en su cara, fría, la hacía estremecerse. Y la obligaba a abrir los ojos para descubrir en qué lugar se encontraba y al abrirlos descubrió paralizada que ese dato lo desconocía. Un par de pequeñas ninfas la observaban de lejos cuchicheando.

Intentó taparse con las manos al darse cuenta que se encontraba desnuda. Parecía que los Dioses no se lo ponían fácil. ¿Tanto les costaba dejarla directamente en aquel templo al que tenía que acudir? . Se puso en pie analizando todo aquello que la rodeaba. Los arboles moviéndose por el fuerte viento, la oscuridad apenas dejándola visualizar que había a lo lejos. Al menos quedarían un par de horas para el amanecer, y no creía que los Dioses fueran tan crueles como para que pudiéndola dejar cerca de su destino, la situasen lejos de este.

Se puso manos a la obra intentando averiguar hacia donde debía emprender camino. Su corazón le decía que su destino estaba cerca. Había comenzado a andar cuando notó que había pisado algo duro y frío con sus pies descalzos, se agachó para cogerlo y descubrir que se trataba de una brújula  enmarcada en oro. Admiró su belleza y acto seguido la abrió, debía de ser un regalo de los Dioses. Ahora tan solo tendría que ubicarse y dejarse guiar por lo que sentía.

Enfrente de Ella el Norte, hacía allí debía de ir, no tenía ninguna duda de ello. Emprendió camino.

Estaba amaneciendo y aun no había llegado al templo, sus pies descalzos estaban sollados, llenos de cortes y ampollas por caminar descalzos sobre un suelo salvaje. Un poco más, un poco más, pensaba para sí. Tenía frío, mucho frío.

-          Ya me podíais haber dado también una túnica o algo.- Murmuro mientras continuaba caminando sin descanso. Estaba segura que los Dioses la miraban desde el cielo riéndose de sus condiciones y dispuestos a provocar una ventisca para que se helara más. Les encantaba eso de poner las cosas difíciles y esto debía de ser pura diversión para ellos, o así ella lo creía.

No es que fueran malos, ni mucho menos, tan solo disfrutaban con el espectáculo. Rena llevaba razón. Nell rompió a reír desde los cielos, la chica era sabia, ella misma le había dado esa característica, al igual que el Dios de la guerra le otorgo un don con la espada. La diosa Saba la había dado el poder suficiente para saber hacer justicia allá donde fuera, la diosa Sapphira le había regalado el don de saber dar amor sin nada a cambio y el dios Peder la facilidad de poder controlar el tiempo a su antojo. Ahora mismo si ella quisiera podría hacer que las nubes dejasen de llorar y el sol bronceara su piel, pero no lo hacía, inconsciente de todo el poder que ella poseía.

Su hermosa creación estaba ya casi a unos metros de su destino.

Kit miraba impaciente la puerta, sentado en el suelo, frente a esta. Parecía ido, cualquiera que le viera pensaría que no estaba en sus plenas facultades. El sol ya había bañado su cama y la joven aun no había llegado. No podía evitar sentirse inquieto. Notaba la mirada de Barbará en su nuca, parecía que ella también se sentía así. Ambos impacientes ante la llegada de la semidiosa no cruzaban palabra, ni siquiera habían dormido desde que Nell se había pasado por el oráculo para narrarles el destino de Teirak si la situación no cambiaba.

¿Cómo podrían siquiera tener planeado algo tan horrible?, había más gente buena de la que ellos creían pisando el suelo de Teirak, no merecían un final tan apocalíptico. Desde luego los Dioses no le habían caído demasiado bien después de haber llamado en varias ocasiones estúpidos e inútiles a los humanos. Él en este viaje le demostraría que las cosas no son así, estaba dispuesto a hacerlo.

La lluvia no paraba de aporrear los cristales, eso no debía de ser muy conveniente sabiendo que la joven estaría en algún lugar cercano intentando llegar a su destino. Apenas había luz, el cielo estaba demasiado nublado, se oían truenos y estaba seguro de que ya habría caído en algún lugar de Teirak algún que otro rayo.

Debía de estar empapada, fría...

Un estruendo sacudió todo el templo, Kit y Barbará se tensaron.

La puerta se abrió dejando pasar la lluvia que inundaba el suelo y los rayos iluminaban cada cierto tiempo las nubes y la figura de una mujer escultural de unos 24 años, que cruzaba la puerta con el sonido de fondo de los truenos. Era una imagen impactante, desde luego digna de una Diosa.

Y… estaba desnuda. El joven la miraba con los ojos abiertos de par en par analizando cada parte de su cuerpo. Nunca había visto a ninguna mujer así, los sacerdotes no debían, una pena pensó sin dejar de mirar ni un centímetro de su cuerpo.

Parada frente a ellos con la boca entre abierta, el cabello negro, mojado, caía sobre su pecho, mientras las gotas se deslizaban por su vientre plano, hasta llegar a su ombligo. Miro al joven Kit sentado en el suelo con mirada suplicante parecía pedir ayuda. Sus ojos se cerraron y cayo inconsciente sobre el pecho del chico, que la cogió en brazos al acto inspeccionando si estaba herida.

-          Los pies- gritó Barbará, también sorprendida por la escena que los Dioses le habían regalado, esa mujer parecía un ángel.

Kit miro los pies,  los tenia magullados y cortados por múltiples lugares, debía de llevar mucho tiempo caminando. Corrió a su habitación con ella en brazos y al llegar allí la tendió en la cama y cogió dos pañuelos blancos que ató a sus pies con el objetivo de que dejara de sangrar.

Pobre chica, su camino hacia el templo debía de haber sido duro, pensó. Y rezó para que no sufriera demasiado en todo el largo camino que aun la quedaba por recorrer.

Rena se despertó, unas horas después tras permanecer inconsciente, levantó su cabeza de la cama para poder visualizar donde se encontraba, sus ojos negros lo miraban todo con curiosidad. Alrededor de la cama donde se encontraba solo había estanterías llenas de libros sobre profecías y Dioses, que ella se conocía de memoria, pués ella misma era mitad diosa. Se imaginaba todas las historias que rellenaban esos libros. Frente a ella una ventana, por la luz que entraba por ella intuyó que aun no había atardecido, así que no debía haber dormido demasiado tras su larga caminata. La habitación estaba vacía. ¿Dónde estaría aquel chico ante el cual cayo desnuda?. Al recordar esa escena levantó las sabanas aun se encontraba así, tal y como los dioses la crearon y la trajeron a ese mundo de mortalidad y dolor.

Volvió a apoyar la cabeza en la mullida almohada esperando que alguien apareciese en aquel lugar, pero al ver que nadie aparecía decidió moverse de allí y buscar a aquella persona que los dioses la habían otorgado como acompañante. Salió de la cama tapándose con una de las sabanas de esta, y sigilosa como una gata salió de la habitación.

Kit se encontraba con Barbará en un remoto lugar del oráculo, sentados sobre unas estropeadas sillas de madera hablando de lo que debía y no debía hacer durante el viaje que emprendería con la semidiosa. La sacerdotisa estaba preocupada, tenía miedo a perder a aquel joven amigo que durante aquellos años tanto había cuidado. Le había pedido que no empuñase una espada con la intención de matar, que un futuro sacerdote no debía de tener las manos manchadas de sangre, ni siquiera si la espada iba dirigida a aquella persona que merecía  la ira de los Dioses. Aunque Kit sabía perfectamente que si cogía una espada, si acaso conseguía albergar la fuerza suficiente para levantarla del suelo, no tendría el coraje de emplearla, como no hubiese tenido el coraje, por mucho que él lo pensara, de utilizar la navaja la pasada noche, ni siquiera con aquel que lo merecía. Él no estaba entrenado para eso, estaba entrenado para hacer el bien, pero desde un punto poco revolucionario, un bien que a pie de calle no se ve, porque aunque rezar a los Dioses no lo podía hacer cualquiera, no era lo mismo que haría Rena, salvar vidas y derrotar al mal no era lo mismo que permanecer en el oráculo, quieto, rezando en silencio. Por un momento deseó poder ser como la semidiosa.

Barbará no paraba de hablar, pero él ya no estaba con ella, su cabeza estaba fuera de allí, volando libre, lejos de aquel templo, donde pronto su cuerpo tampoco estaría.

Rena Bajo las escaleras buscando el lugar de donde venia aquella dulce y sonora voz, recorría todas las instalaciones del templo buscándola, con sus pies descalzos y vendados y esa fina sabana arrastrando por el suelo, tapando su cuerpo desnudo, su cabello negro como el ala de un cuervo llegaba mas allá de sus omoplatos, era largo, liso, y aparentemente suave, cualquiera que lo viese moría de ganas de acariciarlo. Sus ojos negros, abiertos de par en par, aquel templo estaba destrozado, ¿Cómo sus dioses podían haber permitido eso?.

Continuó andando, como única guía la voz de aquella mujer.

Hasta llegar a la sala donde se encontraba está hablando con el chico que horas antes había tenido frente a ella. Los dos se callaron al verla aparecer en la sala.

Kit se fijo, en que tenia las mejillas ruborizadas, pensó que la joven tenía vergüenza de andar así por el templo, pero se sorprendió al darse cuenta que aquellas mejillas debían de ser otro rasgo de ella. Barbará reaccionó, se acercó a la semidiosa y la acarició el pelo como un gesto de cariño.

-          ¿Te encuentras bien?- La susurró.

-          Mucho mejor que cuando llegué al templo sin lugar a dudas, Barbará- esta se sobresaltó al oír su nombre saliendo de la boca de Rena, sabia su nombre ¿Cómo?, no lo sabía. La semidiosa río al darse cuenta de el respingo de la sacerdotisa.- Y si, conozco tu nombre, y el de tu joven aprendiz, claramente- sonrió señalándolo con el dedo.- ¿tú no te acercas a saludarme Kit?.

Este quería hacerlo, pero estaba paralizado en la silla, mirándola fijamente. Tras un largo silencio, reaccionó y agitando la cabeza se levantó de la silla y se acercó.

-          Perdón por no saber que decir, pero no veo a Dioses todos los días, como puede que hagas tú, ni siquiera suelo hablar con ellos- sonrió.

La joven de ojos negros le imitó, no tan solo con los labios, sino también con los ojos.

-          No solo se tu nombre Kit, también se tu historia, si vas a ser mi acompañante ¿debo de saber cómo eres no crees?, se todo sobre ti. Tu don, tu humanidad, tus dudas…- tras un silencio en que Kit se sintió desnudo emocionalmente la diosa concluyó – todo.

-          Si lo sabes todo, debes de saber también que estoy en total desacuerdo con la forma de solucionar las cosas de los Dioses. Y que espero con todo mi corazón que tú consigas apartar esa idea de su cabeza, por todos, por Teirak.

Rena le observó con curiosiosidad, ella sabía muy bien descifrar sentimientos, y los suyos la nublaban la vista, sentía dolor de verdad, por toda la gente que sufría en ese pequeño mundo, y por toda la injusticia que lo inundaba.

-          Lo haré, por ti, por ellos y por este pequeño mundo que por alguna extraña razón tu adoras.- No comprendía cómo podía amar tanto a aquel lugar tan oscuro aparentemente, y tan sumido en el dolor.

-          Si es verdad, lo adoro, y tú lo acabarás adorando porque esto es más de lo que tú crees, está lleno de gente buena.- una lágrima se deslizó por su mejilla, se emocionaba al pensar en aquella gente que él había nombrado, ellos también sufrían por culpa de Arsen.

-          Tranquilo…yo les mantendré a salvo a cada uno de ellos.- concluyó, con el corazón en un puño por las palabras del chico.- Te lo prometo.

No debía de prometer nada, porque ni ella misma sabía todo lo que podría ocurrir en su trayecto hacia el castillo se Arsen, donde ella tenía pensado darle muerte si llegaba con vida, pero no pudo evitar hacerlo. La Diosa Saba la había dado el poder suficiente para saber hacer justicia allá donde fuera, y eso es lo que ella deseaba hacer.

-          Por favor, te ruego que así sea. – Kit veía la emoción en sus ojos, los dioses le habían debido de regalar el don de sentir compasión gracias a su lado humano, que era evidente, esa emoción que ella sentía no era propia de una diosa egoísta, sino de una mujer con los pies en la tierra y con un corazón grande y bondadoso.

 

Ambos se quedaron en silencio, observándose, y Rena supo que en aquel chico de ojos esmeraldas encontraría a un amigo inigualable.

Barbará aprovechando el silencio de los jóvenes, habló sobre un tema mucho menos importante, pero que a ella la incomodaba verdaderamente, su desnudo.

-          ¿Sabes?, mientras descansabas me he acercado a un pueblo que está a una hora del templo,  allí hay un mercado y no he podido evitar comprarte algunas prendas para que puedas emprender tu viaje cómoda. – se sentía avergonzada por hablar de un tema como ese en un momento tan emotivo, pero ya era hora de vestirla y que dejase de pasearse por el templo desnuda. – ¿Subimos a mi cuarto y te lo enseño?.

-          Por supuesto, es todo un detalle Barbará, además, quiero emprender nuestro viaje hoy mismo.

-          ¿Hoy?, ¿no crees que deberíais descansar al menos esta noche?, Kit no ha pegado ojo tras la aparición de los Dioses que anunciaban tu llegada.- su preocupación por el joven estaba siempre presente.

Rena miró a Kit que apoyaba su rostro entre las manos, parecía verdaderamente cansado, y decidió darle un respiro al mortal.

-          De acuerdo, hoy dormiremos aquí, y mañana de madrugada, saldremos del templo. Será mejor que empieces a preparar tu equipaje.- Dijo mirándolo comprensiva ante su cansancio. – Y procura que no sea aparatoso, solo lo básico, agua, y algún que otro alimento. Todo lo demás lo conseguiremos más adelante.- Tras una pausa concluyó- Y las armas mañana en el mercado.

¿Armas?, se preguntó si también quería entregarle una a él. Se estremeció al pensarlo, no quería utilizar ningún tipo de arma.

-          Subiré ahora mismo a preparar mi equipaje, no hay tiempo que perder ¿no?.- contesto el chico ignorando por el momento el comentario de las armas y sonriendo.

-          Exacto - con pasos decisivos se alejó del aquella especie de salón donde se encontraban y mientras andaba, se dirigió a Barbará. – Vamos a ver que me has traído. Sonrió.

Barbará asintió con la cabeza y juntas subieron las escaleras hacia la planta de arriba.

 

Rena se encontraba frente a un espejo mirándose de arriba abajo.

Barbará para ser una sacerdotisa vestida siempre con túnica, había elegido muy bien la prenda, cómoda y fácil de llevar, no la molestaría si se enfrentaba alguien. La parte de arriba, era una camisa blanca bastante suelta y cómoda.

Justo debajo de sus pechos un cinturón de cuero marrón, que la mantenía firme , y protegía esa zona de su cuerpo de golpes, debajo de él se podía apreciar su ombligo, que el cinturón dejaba al descubierto y se encontraba desnudo entre la falda blanca de seda bordada, que baila desajustada a partir de su cintura y caía sobre sus tobillos. Debajo de esta Barbará había tenido el detalle de prepararla una especie de short elástico del mismo color de la falda, para mejor protección. Y en los pies unas sandalias al estilo romano altas, que no se apreciaban bien.

-          ¿Tienes tijeras?- Dijo seriamente mirando la falda.

-          Claro tienen que estar por aquí – Dijo mirando por los cajones de su habitación, cuando las encontró, se las entregó en la mano.

-          Gracias- Dijo mientras rajaba la falda,  justo a la altura de sus rodillas. – Lo siento, pero si quiero moverme con facilidad en una lucha con la espada, nada me puede impedir flexionarme.

Barbará vio caer el trozo de falda con los ojos como platos ante el atrevimiento de la semidiosa. Las mujeres de por allí no solían enseñar las piernas en público, desde luego llamaría la atención.

-          Ahora sí que estoy perfecta- Dijo girándose hacia la sacerdotisa con una leve sonrisa.

 

Kit mientras tanto preparaba su equipaje. Lo más ligero posible, se repetía una y otra vez, dentro de la mochila metió una navaja para partir alimentos, pan, agua y una longaniza.

Una túnica de repuesto era lo único que abultaba de esa mochila. Las horas pasaban rápido y pronto llegaría la hora de marchar.

Rena entró en la habitación de este, tan espectacular y desafiante como siempre, sus piernas al descubierto le asombraron.

-          Veo que no quieres pasar desapercibida eh- sonrió para sí.

-          No se trata de pasar desapercibida o no, a mi no me importan vuestras modas, ni vuestras absurdas reglas, es cuestión de comodidad y no me siento avergonzada por ello. – la molestaba los tapujos de aquella sociedad donde Kit vivía.

-          Tranquila, tan solo era una broma, lo que menos me importa en este momento es si enseñas las piernas o no.- no podía evitar picarla, era como si se conociesen de toda la vida y solo habían intercambiado un par de palabras.- Ahora mismo me preocupan otras cosas, como el comentario de: “Mañana nos armaremos´´, espero que no me incluyas en esa frase.

Rena sabía perfectamente lo que se le pasaba por la cabeza al muchacho de ojos esmeraldas y sonrió intentando tranquilizarle.

-          Solo si tu quieres Kit, no tienes porque ir armado, pero piensa esto- se silenció, y apartando la vista de él, espetó- tal vez lo necesites. No siempre podré estar contigo, no te va a pasar nada porque utilices esa navaja para algo más que partir pan- dijo señalando el instrumento que asomaba por la abertura de la mochila de Kit.

Este se estremeció, había sido tan brusca, directa y fría con esas palabras. Tal vez no la conociese tanto como él pensaba. Rena se sentó en la cama y miro la navaja, afilada y aparentemente buena. Y tomándola con su mano derecha jugueteo con ella pasándola por todos sus dedos sin utilizar su otra mano y finalmente la lanzó contra la puerta, clavándose esta en el centro, perfectamente alineada.

-          Con que consigas hacer esto me vale, tranquilo, así no te mancharas las manos de sangre aprendiz a sacerdote. – Soltó sin ninguna delicadeza. Estaba claro que Rena le estaba provocando para que emítase el gesto que ella había realizado con la navaja, pero no lo haría.

-          No voy a oscurecer mi alma matando- concluyó Kit sin dudar ni un instante.- Pero tampoco pienso ser una carga para ti, así que no te preocupes y céntrate en salvar Teirak en vez de intentar armarme con una navaja. Rena suspiró.

-          De acuerdo, como tú quieras, pero si decides eso, hazme el favor y aléjate de cada campo de batalla que nos encontremos en nuestro viaje.

Kit no quería ser una carga, pero no estaba diseñado para hacer daño, a nadie, ni siquiera al enemigo.

La noche caía sobre el templo y con cada minuto que se esfumaba de sus manos se acercaba la hora de despedirse de este y emprender camino, un camino que tal vez sería duro, pero que sin duda merecería la pena. La paz merecía la pena.

-          Me voy a dormir y tu deberías hacer lo mismo, mañana nos espera un largo día.- Rena se fue cerrando sigilosamente la puerta mientras Kit abría su cama para intentar descansar, aunque tan solo fueran unas horas.

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